Las lágrimas rodaron por oxidados raíles
y la luz eludía lo profundo del pozo.
Días largos robaban horas a la oscuridad,
mutiladas noches con el horizonte roto
destilaron secretos sudores juveniles.Los retazos de cuero henchidos de soberbia
se escurrieron entre los pétalos de los libros
desmembrando las serpientes de tinta oscura
y los insectos curiosearon sobre el misterio
del éxtasis y la ausencia de gracia divina.Desgarraron los campos, encauzaron los mares,
de inocencia se emborracharon y fornicaron;
encendieron el cielo para verlo oscurecer
y sólo vieron espaldas al darse la mano
y al darse la espalda sólo vieron manos arder.Aferrados a sus miradas como a narcóticos
vapores exánimes de un pútrido corazón
que se encoje, odiándose, oscureciéndose,
conscientes de su apetito desviado, y con razón
para apurar, de sus copas, desagües tórridos.Trepadores sin sombra, mancilladores sin voz,
ninguno sucumbió a noches color rosa
hasta que todo el carmín hubo oscurecido
maquillando a la luna como a una puta zorra
y ya entonces ninguno vio de nuevo el sol.Ninguno de los nacidos un día mortales,
que al nacer lloraron, berrearon y se asustaron,
lamentará la llegada del fin de los días
estarán muertos, muertos, muertos y olvidados
y sólo quedará una risa improbable.Poéticas entrañas, lírica intimidad,
desfilan ruidosas a la vista de curiosos
en mudo silencio en la potencia de noches,
chorreantes y puras, con harapos grandiosos,
con los pies descalzos y ebrias de dignidad.